Lais era una huérfana de Corinto, como esclava trabajaba vendiendo ramos de flores en la puerta del templo de Hera. Cuando tenía 10 años la vio el escultor Apeles, quien la tomó de modelo para una estatua de Afrodita y la llevó a Atenas. Permaneció con Apeles durante tres años en los que le permitió instruirse junto a Aspasia de Mileto y finalmente le otorgó la libertad. Era el mejor tiempo de las Hetairas, cortesanas que gozaban de un gran renombre por sus capacidades en danza y música, así como por sus talentos físicos.
Este colectivo formado principalmente de antiguas esclavas y de extranjeras; no sólo eran las únicas mujeres que podían tomar parte en los simposios, sino que sus opiniones y creencias eran además muy respetadas por los hombres. Solían vestir con una ligera gasa que permitía contemplar sus encantos e incluso llevar un pecho descubierto. Los más importantes políticos, artistas y filósofos gozaban de su compañía. Lais no tardó mucho tiempo en alcanzar fama y elogios, dueña de una exquisita y envidiable belleza llegó a enloquecer a toda Grecia, que literalmente se rendía a sus pies.
Un claro ejemplo aconteció con Mirón, un día el célebre escultor le pidió que posara para la estatua de la diosa Juno. Al desnudarse Lais para posar, el escultor quedó maravillado de la belleza de la hetaira y le ofreció todo lo que poseía a cambio de que pasara una noche con él. Lais le observó contemplando su cabello revuelto, su ropa sucia y asqueada por el maloliente olor que despedía, se vistió y salió del taller. Al día siguiente Mirón se cortó el cabello, se perfumó y se puso una túnica limpia y fue en busca de Lais a la que declaró su amor y su deseo y ella volvió a rechazarle, diciéndole: ¡Tonto! Tú pides una cosa que le he negado a tu padre.
Y así sucedió con muchos otros hombres, ricos y pobres, todos estos hicieron de Lais objeto de sus deseos. Mas ella se entregaba sólo a quien deseaba y amaba. Llegando también a rechazar a Demóstenes, el más grande y polémico orador, que le había ofrecido 10.000 dracmas por una noche. En cambio otro hombre no menos famoso tuvo la suerte de pasar una noche con ella y sin nada a cambio, este era Diógenes, el filósofo que buscaba un hombre honrado sin encontrarlo y que vivía en un barril de madera.
Entre muchos de los afortunado hombres que sí gozaron de sus servicios esta Aristipo, el filósofo que consideraba el placer como el fin último de todos los actos humanos, estuvo con él durante un breve tiempo en que le pagó sumas tan elevadas que Lais pudo contribuir a muchas obras filantrópicas en bien de los desprotegidos, al sostenimiento de templos y rescatando a los enfermos de su condición. Lais dejó a Aristipo por considerar que ella no podía ser de un sólo hombre. Continuó entregándose a quien elegía y gastando su dinero, al tiempo que su belleza se marchitaba con el paso del tiempo, de modo que acabó ofreciéndose a precio de ganga.
A sus 17 años Lais ya había pasado por la vida de tantos hombres, y extrañando su tierra decidió volver a Corinto. Donde como correspondía a su condición de hetaira, fue a ofrendar una corona a Afrodita. Aquel tiempo el templo estaba lleno de prostitutas rogando a la diosa que alejara la guerra que amenazaba a la ciudad. Los cronistas afirman que cuando Lais entró en el templo, todas las cortesanas le abrieron paso impresionadas por su belleza. Una vez depositada la corona a los pies de Afrodita, la hetaira se despojó de la túnica que le cubría y también la ofrendó. Entonces los reunido pudieron ver a una mujer tan fascinante que embriagados de ella la aclamaron en hombros.
Lais se convirtió en la reina de las hetairas de Corinto. Miles de admiradores la asediaban, y ella escogió a un viudo rico que prometió hacerla su heredera. Con las lecciones muy bien aprendidas de la famosa Aspasia (hetaira, amante de Pericles), consiguió llevarlo rápidamente a la tumba. Viuda, joven y con una gran fortuna, fundó el “Jardín de Elocuencia y Arte de Amar”, donde instruía a sus discípulas y celebró las más fastuosas fiestas. Los griegos decían: “Atenas tiene el Partenón y Corinto el jardín de Lais”.
A los 70 años se enamoró de un joven desempleado llamado Hipóloco, al que siguió a Tesalia cuando éste fue en busca de trabajo. En el templo de Venus de Tesalia se ofreció al joven profanando el lugar. Las vestales presentes, asqueadas por el espectáculo, la lapidaron hasta matarla. Sin embargo, Lais no fue olvidada en Atenas a pesar de su trágico final y se erigió un majestuoso mausoleo en su memoria, colocando en el entorno varias de las esculturas que realizaron los artistas que la amaron y admiraron.
Esta era Lais, a quien muchos comparaban con Afrodita, y que una vez llegó a decir en su casa cuando se hablaba de sabios y filósofos: “Yo no sé de ellos más que lo que me cuentan. No he leído sus libros, pero no creo en su sabiduría. ¡Si supieseis lo que me piden y hacen estos sabios y filósofos cuando están a solas conmigo!”